Francisco Olmedo        

Que me diga una madre, que me diga

si aún recuerda los días de su embarazo;

cuando, acaso, quizás ni lo sabía;

o esas mañanas con vómitos y náuseas

que tantas veces la despertaron esos días

 

Que me diga una madre, que me diga

si recuerda los aromas y alimentos

que durante meses evitaba si podía,

 

o esos otros que, aunque fuera media noche,

inquietaban su sueño y no dormía.

 

 

Que me diga una madre, que me diga

si en los últimos meses que gestaba,

cuando los pies y las piernas se le hinchaban,

 

si ¿era fácil? o, ¿acaso no pesaba?

y, aún con todo, ¿no deseó que continuara?

 

 

Que me diga una madre, que me diga

si en los momentos más críticos del parto,

cuando a la muerte encaró para dar vida,

¿no había dolor y riesgo como nunca?;

y aún así, jamás pensó dejar la lucha.

 

 

Que me diga una madre, que me diga

si cuando su hijo lloró, recién nacido

y aún desnudo lo pusieron en su vientre,

¿no fue feliz y olvidó lo sucedido?,

y pletórica de amor y de ternura,

dándole un beso, le dijo a la criatura:

 

 

“Valió la pena hijo mío, valió la pena

todo lo que pasé y lo que he vivido;

porque si de algo sufrí ya no me acuerdo

en este instante en que, al fin, estás conmigo”.